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Los dioses envidian a los mortales …

Del principal héroe de la Iliada,  Aquiles Pélida,  conocemos más por leyendas posteriores que por lo que nos cuenta el propio Homero,  ello sin contar las varias adaptaciones cinematográficas sometidas a las liberalidades literarias de los guionistas.

En todas las películas se describe, con bastante aproximación al texto original, el enfrentamiento y muerte del príncipe  Héctor, hijo de Príamo rey de Troya y comandante supremo del ejército troyano. El duelo   a las puertas de la ciudad entre Aquiles y  Héctor tiene su origen en la muerte del íntimo de Aquiles, Patroclo, a manos de Héctor, por error, pues Patroclo salió al combate con la armadura y escudo de Aquiles y Héctor le dio muerte sin saber que mataba a Patroclo, lo cual aumentó la ya existente cólera de Aquiles recogida en el canto primero.

Homero nos presenta a Héctor Priámida como a un hombre justo y alejado de violencias innecesarias, que antepone el cumplimiento del deber a su propia seguridad, que accede al duelo con Aquiles a sabiendas que ése puede ser su último día; bellísima es la despedida entre Héctor y Andrómaca con el niño pequeño de ambos en brazos sabiendo el héroe que posiblemente no volverá a verlos.

Héctor no rehúye el enfrentamiento, pero intenta evitarlo, pide perdón a Aquiles por haber dado muerte a su amigo, que de haber sabido que era Patroclo hubiera evitado entrar en combate con él, pero Aquiles se muestra inflexible, quiere la sangre de Héctor a cambio de la sangre de Patroclo y, ante la insistencia  de Héctor, Aquiles le dice aquello de:

“Héctor, no insistas, los dioses nos envidian porque somos mortales y todos nuestros momentos son únicos e irrepetibles, prepárate, hoy te encontrarás con Patroclo en el valle de las sombras”.   

Tras la muerte de Héctor, Aquiles tuvo un acto de crueldad innecesaria, que desagradó a los dioses que desde el Olimpo seguían el curso de la guerra, que ya estaba en su décimo año; ató el cadáver de Héctor por los tobillos  a su carro y dio varias vueltas con él, arrastrándolo ante las puertas de Troya, produciendo gran llanto y aflicción entre los hombres y mujeres troyanos al contemplar desde las murallas el escarnio y triste final de su caudillo. No menos cruel fue el no entregar el cadáver de Héctor a los troyanos para que pudieran rendirle las preceptivas honras fúnebres; Aquiles quería que acabara como habían acabado tantos guerreros valerosos en esta guerra, siendo pasto de los perros y rapiña de las aves.

La crueldad de Aquiles choca con el sentido de la justicia de Héctor que, tras dar muerte a Patroclo, permitió a los griegos que retirasen del campo de batalla su cadáver.

Pero no es este el tema del presente escrito, el tema es la frase de Aquiles a Héctor sobre que los dioses envidian a los mortales porque todos y cada uno de sus momentos son irrepetibles.

¿Por qué Aquiles diría esta frase?

Aquiles era hijo del mortal Peleo y de la inmortal ninfa Tetis, es decir, Aquiles era un semidiós. Mientras Peleo fue envejeciendo hasta que llegó su hora, Tetis, inmortal, no envejecía y nunca le llegaría la hora en la que reencontrarse con su esposo; siempre era joven y hermosa; así que Tetis, siendo niño Aquiles, le dio a escoger entre llevar una vida plácida, larga y anónima como su mortal padre Peleo, o, por el contrario morir joven en un acto heroico y ganar la inmortalidad en el recuerdo de las generaciones venideras. Aquiles eligió ganar la inmortalidad  por la fama y desde hace 3.000 años es conocido como el matador de Héctor, un hecho fijo y monótono en la memoria de las generaciones que Aquiles mismo no puede cambiar.

Ahora que la inteligencia artificial posiblemente pueda retrasar el envejecimiento y acercarnos a una situación de cuasi inmortalidad, no está de más recordar la frase de Aquiles: “Los dioses envidian a los mortales porque todos sus momentos son únicos e irrepetibles”. La eternidad debe ser muy aburrida, los dioses en el Olimpo ya lo han visto todo, infinidad de veces, nada puede sorprenderles.  La eternidad seguro que es algo que en principio atrae, pero que a la larga llega uno a cansarse. La eternidad eterna debe ser algo parecido a  “el día de la marmota”, llega un momento en que todos los días, todos los cromos, están repetidos.

El ser mortales es lo que da sentido a la vida y, aunque necesitaríamos varias vidas para poder culminar todos nuestros proyectos, nuestro tiempo está tasado; por eso, porque todos nuestros momentos son únicos e irrepetibles, no hay que desaprovechar la vida que nos ha tocado vivir, sino que hemos de intentar dar en ella lo mejor de nosotros mismos.

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