¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir permiso de residencia?.
La mañana aparecía tranquila, el juez sustituto estaba en el tercio del tiempo dedicado a las entrevistas a parejas, básicamente extranjeras o mixtas, que en general no buscaban el matrimonio en sí, sino la tarjeta de residencia, la de cinco años que daba derecho a la libre circulación por la Unión Europea. Sin embargo, esa mañana la ley del deseo estaba muy por encima de todo eso.
Recién acabada la primera entrevista, entra en el despacho una funcionaria:
Señoría, tenemos un problema, está aquí un señor muy alterado, que dice que quiere hablar con usted.
¿Y qué quiere?.
Que deporte usted a su esposa.


El señor era un hombre ya jubilado, exconductor de una compañía de autobuses, era de ese tipo de hombre bonachón que pasa por la vida invisible para las mujeres y que tiene asumida su soltería. Al parecer, unos amigos del centro cívico le convencieron para realizar un viaje a Cuba, que allí había oportunidades para hombres como él y efectivamente el señor encontró su oportunidad, no necesitó buscarla, la oportunidad vino a él: un hombre soltero, jubilado, con una buena pensión que al cambio parecía una fortuna, con piso propio en Barcelona, toda una tentación. No había terminado el viaje y el señor ya estaba casado en La Habana con una joven mulata, pero no se la podía traer a España así como así, alargó sus vacaciones todo el tiempo que pudo para acreditar la convivencia que después se le solicitó para aprobar el correspondiente expediente civil de matrimonio y tras mucho trámite, que le pareció interminable, por fin se casó en Barcelona con la que ya era su esposa en Cuba.
Tras la boda, lo primero que hizo ella fue, lo habitual, dirigirse a la Subdelegación del Gobierno y solicitar el Permiso de Residencia por matrimonio. Lo que vino después fue lo que había sacado de sus casillas a un hombre pacífico como él, ahora obcecado por el desamor de ella y le pedía al juez encarecidamente:
-Quiero que la expulsen, que vuelva a Cuba, que me ha estafado. Está aquí porque yo la traje, quiero que le retiren la tarjeta de residencia, y repetía, me ha estafado.
-Cálmese hombre, ¿en qué la ha estafado?.
-Yo la traje para mí y sin embargo, con la tarjeta de residencia ha conseguido también la de trabajo y ahora está de cajera en un supermercado.
-A ver, ¿qué hay de malo en que su mujer trabaje de cajera en un supermercado?
-Lo malo no es eso, lo malo es que yo la traje para mí, sabe usted sr. Juez, para mÍ sólo, y ella ahora que trabaja se ha ido a vivir con un novio que le ha salido y yo la traje para mí sólo, no para otro, así que me retracto y firmo lo que tenga que firmar, pero quiero que la deporten a Cuba, que me ha estafado.
Su Señoría entonces intentó calmar a aquel hombre despechado con el siguiente argumento:
Mire, ha tenido usted mucha suerte, la chica tiene trabajo y está conviviendo maritalmente con otro, ahora está usted a salvo.
El hombre, con cara de sorpresa: ¿qué quiere usted decir sr. Juez con que estoy a salvo?.
Quiero decir eso, que está usted a salvo, imagínese usted que ella no hubiese buscado y encontrado trabajo, imagine también que en vez de convivir abiertamente con el novio que le ha salido, ellos dos sólo se vieran para los temas de cama.
Si, todo eso está muy bien sr. Juez, pero por qué dice usted que estoy a salvo.
Porque ahora está usted a salvo de dos cosas, una, que ella le eche a usted de su casa y otra, de que además usted haya de pagarle una pensión mientras ella se vale por sí misma, que eso de que haya encontrado trabajo podría no haber llegado a suceder nunca, y aún así usted no podría evitar el encamado entre ella y su novio, incluso, pasado un tiempo, él acabaría viviendo con ella, gratis total, en el propio piso de usted y usted en la calle. Así que barato le ha salido, llámela, pídale disculpas e intente quedar con ella como amigos y no piense en lo que ha perdido, piense en los buenos ratos que sin duda, allí en Cuba y aquí en Barcelona, ella le ha hecho pasar a usted.
El hombre asintió con la cabeza y ensimismado marchó pacíficamente.
Vuelve la funcionaria, con sonrisa burlona: Señoría está lista la siguiente entrevista, pero sólo viene ella, el chico la entrevista la hizo en el consulado, él se casa por poderes.


En Barcelona, en primavera hace un tiempo agradable, puedes ir bien vestido sin sufrir el frío que provoca la humedad del invierno propio de una ciudad costera y sin pasar el calor y el bochorno de la humedad del verano propio también de una ciudad costera.
La señora venía elegantemente vestida, tenía esa edad, entre los 45 y 50, en la que las mujeres atractivas están en la plenitud de su apogeo. A medida que transcurría la entrevista, el juez sustituto iba de sorpresa en sorpresa, una señora de buen ver, económicamente bien situada, divorciada de un ejecutivo de una empresa importante; hasta ahora su señoría sólo se había encontrado con los que iban y venían a Cuba, pero ahora tenía ante sí la otra cara de la moneda, una muestra de las que lo que necesitan no lo buscaban en Cuba, sino en aldeas perdidas en la profundidad del desierto marroquí, donde las noches son tan distintas de los días. El matrimonio iba a ser por poderes, por lo que del chico Su Señoría sólo conocía lo que ponía el expediente, donde decía que el chico afirmaba tener poco más de 18 años, aunque no había documento cierto que lo acreditara, naturalmente no hablaba español, ni falta que le hacía, había bastado una semana en la estrellada noche sahariana, bajo el toldo de una jáima, para que la señora quedara rendida ante los encantos del muchacho y naturalmente ella quería traérselo a Barcelona. El juez sustituto intentó disuadir a la señora sobre lo que iba a hacer:
-Piense usted, que una persona no es un perrito, que la manera de ver la vida no es la misma a éste que otro lado del Estrecho; ¿qué profesión u oficio tiene el chico?.
—Músico, es músico.
-¿Y qué instrumento toca?.
—El tambor, toca el tambor.
-El tambor europeo que se toca con palillos o el árabe, ese que parece una pandereta y se toca con la mano.
—Ese, ese, el que se toca con la mano.
-Gran artista sin duda, pensó el juez; ¿y sus hijos que piensan?, la señora tenía dos en edad universitaria.
—Mis hijos no tienen que pensar nada, contestó la señora que ya empezaba a molestarse con tanta pregunta.
-Bien, pero piense que la parte buena de esto le va a durar a usted el tiempo en que el chico tarde en obtener la tarjeta de residencia, y que la parte mala, que suele haberla, se le alargará a usted durante años, y piense también que en este negocio no caben devoluciones.
Está muy enamorado de mi ¿dónde va a ir, si no conoce a nadie en Barcelona?.
-¿Sabe usted si tiene primos o amigos en Francia?
— No lo sé, dijo la señora ya muy molesta.
Bien, pues le deseo a usted suerte, porque la va a necesitar.
En la sustitución del año siguiente las funcionarias informaron a Su Señoría que las expectativas negativas de este asunto se habían cumplido en su integridad; el chico, con la tarjeta de residencia en sus manos marchó a Francia con sus parientes. En este caso, aunque la señora pasó por el juzgado para informarse de qué podía hacer, al menos no pidió la devolución, mantenía la esperanza de que el chico volvería con ella.
Tanto el señor que encontró en Cuba lo que necesitaba, como la señora que encontró lo mismo en el desierto marroquí, sufrían de un error de percepción al llamar amor a lo que simplemente era deseo.
En cambio, por la otra parte no había error alguno, tanto la chica cubana como el chico marroquí sabían perfectamente desde el inicio de las respectivas relaciones que estaban cambiando sexo por tarjeta de residencia, por parte de ellos no hubo engaño, o al menos no se engañaron a sí mismos.