De una parte, las sociedades científicas, con conocimiento de causa, reclaman con celeridad -el cáncer subyace en esa premura, ya que el tabaquismo es el responsable del 90% de los tumores de pulmón-la prohibición de fumar en las terrazas y en los accesos a edificios públicos suscitándose, de nuevo, como ocurriese antaño, un encendido y polémico debate con el consumo de tabaco en los espacios cerrados y abiertos. 

Se ha reabierto, pues, ese debate entre Sanidad y las organizaciones de pacientes  que los enfrenta a restauradores, hosteleros, al sector del ocio nocturno y a la patronal tabaquera. Nadie a estas alturas osa discutir  que el tabaquismo mata. De ahí las contundentes campañas publicitarias y las elocuentes advertencias en las cajetillas de tabaco con crudas imágenes disuasorias.

La adicción al tabaco es uno de los problemas más graves de la salud pública. Es el eterno debate entre salud y economía.

El consumo de tabaco en las terrazas genera discusiones entre los clientes que a veces derivan lamentablemente en actos de agrios enfrentamientos y hasta degeneran en episodios de violencia. Los clientes no tienen porque estar expuestos al humo del tabaco ni ser fumadores pasivos de cigarrillos ajenos.

Y, por otro lado, se cocina en el Congreso de los Diputados la despenalización del consumo y posesión del cannabis y no ya para uso estrictamente terapéutico, sino meramente ocioso, puramente recreativo. Es decir, se pretende activar un proyecto de ley que regule el consumo de la marihuana, sin restricciones, mediante la denominada Ley Integral del Cannabis. 

Es una realidad que el negocio de venta clandestina de marihuana, las cada vez más abundantes plantaciones indoor de marihuana, en fincas okupadas, en zonas agrícolas abandonadas, o en terrenos en los que se cambia el cultivo, mueve ingentes cantidades de dinero y alimenta prácticas mafiosas, incluso con graves y letales enfrentamientos entre bandas rivales.

Constituye también una realidad empírica indiscutible, desgraciadamente, que el consumo de cannabis se ha extendido y ha calado en muchos consumidores, cada vez más jóvenes, incluso preadolescentes y es también inobjetable que ese consumo reiterado, prolongado en el tiempo, conlleva graves consecuencias al poder repercutir en la salud mental de los afectados. 

A los jóvenes hay que proporcionarles educación, formación adecuada, transmisión de valores, que tengan percepción real del riesgo, ofrecerles puestos de trabajo, es decir, brindarles posibilidades reales de proyección personal y profesional, y no abandonarles a su suerte, dejándoles aparcados, «colocados«, fomentado la llamada «cultura del porro«.

Si convenimos que los jóvenes son el futuro, y, como dice Manuel Castells, no somos capaces de transmitirles valores, viejos o nuevos, estamos prefigurando un futuro siniestro, preludiado por borrachera compartida  colectiva -macrobotellones- sin el más mínimo respeto de normas sanitarias y de convivencia que derivan en repudiables actos de violencia, incluso agresiones sexuales, saqueos y enfrentamientos con la policía, en una suerte de desatado divertimento que ponen en cuestión los valores de la decencia y la civilidad, en un contexto de enfermiza socialización con intoxicación etílica y de drogas compartida.

José María Torras Coll

Sabadell

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