Vladímir Putin ha cumplido su amenaza. Consumó su desafío a Occidente. Por tierra, mar y aire, en una ofensiva militar relámpago, las tropas rusas han invadido un estado libre y soberano, Ucrania, en un acto de agresión unilateral y provocada.
Un fulgurante ataque frontal, sin precedentes, a los principios y valores democráticos, ante la atonía y pasividad del Consejo de Seguridad de la ONU y la apatía del EEUU de ejercer un liderazgo, dejando a su suerte a la vulnerable y desprotegida población ucraniana que, presa del pánico, emigra a los países limítrofes, en un desplazamiento humano que nos retrotrae a la época más oscura de nuestra historia, al execrable período del nazismo, ante el ultranacionalista inclinado al imperialismo etnicista, adobado de reminiscencias propagandísticas de la extinta Unión Soviética.


Detrás de ese descomunal despliegue de fuerzas armadas está un Presidente autócrata, un jerarca sin escrúpulos, hegemónico, de sombría formación, ex miembro de la KGB, entrenado para espiar, y, llegado el caso, eliminar sin contemplaciones al que considera enemigo.
El autoritario inquilino del Kremlin no tiene oposición. Sus principales adversarios políticos han desaparecido en muy extrañas y misteriosas circunstancias.
Rusia, con una población cada vez más empobrecida, no puede permitirse el lujo de semejante derroche militar y, lo que es más grave e irreversible, la irreparable pérdida de vidas humanas inocentes sacrificadas por fanáticos delirios de grandeza que aprovecha un contexto de debilitamiento de las democracias, de una OTAN que ha renunciado a su capacidad disuasoria, desafiando las reglas, contraviniendo el Derecho Internacional, pisoteando las Convenciones bélicas, vulnerando la soberanía nacional de Ucrania.
Ya se han producido en Rusia tímidos movimientos de protesta contra la declaración de guerra que han sido aplacados con diversas detenciones de quienes han osado alzar la voz contra Putin.
Son varios los deportistas rusos que han manifestado su repulsa, con el lema Stop War. Con su proceder, Putin, va a destruir la carrera deportiva de sus compatriotas, va a aislar a Rusia que paulatinamente se quedará sin recursos. Se queda sin la final de Champions, sin la Fórmula -1, lo que soliviantará a los empresarios y perjudicará gravemente los propios intereses económicos, su turismo, su industria, etc. La congelación de activos financieros de oligarcas rusos ya tiene consecuencias con la salida de Abramovich que cede la gestión del Clesea. El mundo es ya una aldea globalizada, interconectada. La asfixia económica de Rusia, su ahogamiento, la prohibición de sus importaciones, la neutralización de las importaciones de alta tecnología, el bloqueo de su financiación se harán insoportables a corto o medio plazo y el pueblo ruso exigirá una salida a la enorme crisis que se le avecina.
Sin embargo, el impresentable autócrata mandatario no se rige por la fuerza de la razón, sino que impone sin miramiento, la sinrazón de la fuerza bruta sobre las normas civilizatorias con las que se desenvuelven las sociedades democráticas avanzadas.
Sin duda, el sátrapa, de enfermiza mentalidad megalómana, está llevando a cabo una aventura militar que anuncia sin límites, dado que ya amenaza con la invasión de otros países, que se me antoja «ad futurum» estéril. Que no conduce a ninguna parte, salvo a la barbarie y la destrucción.
Una patética e intolerable demostración de fuerza inicua y vacua y que, con la posibilidad de uso del armamento nuclear y otras armas de guerra, como las biológicas, pone en vilo a la humanidad que, inquietada, contiene la respiración por las consecuencias imprevisibles.
Resulta intolerable, en pleno 2022, que un dirigente de esa calaña y catadura se crea el nuevo Zar, en su envolvente ensoñación y delirio neo-imperialista, despreciando no sólo el orden internacional instaurado, quebrando la paz mundial, socavando la soberanía de una nación libre, sino que, además, le importe un rábano la vida de los demás, incluso la de sus propios compatriotas.
Urge detener a quien se autoerige en impulsor bélico y es tributario de la condición de criminal de guerra para someterlo a la disciplina de la justicia internacional.
El pueblo ruso debe reaccionar, demostrar su valentía, entereza, sabiduría y solidaridad con los ucranianos, haciendo historia, como cuando derrocaron al zar de Rusia en 1917, y, acabar con la inestabilidad, luchando por la paz y la seguridad. En suma, por la vida y la libertad de todos los seres humanos y por recuperar la deteriorada imagen de una Rusia, injustamente mancillada, dirigida por un paria, como le ha calificado el Presidente de EEUU.
José María Torras Coll
Sabadell