Svetlana P. (Socióloga)

Caballo de Troya.

El primer ejemplo escrito de la creación de un líder lo tenemos en «De Bello Gallico», la Guerra de las Galias, escrito en tercera persona por el propio Julio César o quizás y lo más probable, dictada a un amanuense. En este librito propagandístico se exalta la grandeza del general, duro con los resistentes y clemente con los vencidos, y aunque el cónsul en ese momento no era ningún don nadie pues ya mandaba las legiones que conquistarían Francia, Bélgica y Aquitania incluidas, sin embargo aspiraba a más y de ahí la necesidad de dar a conocer al público sus hazañas en un tiempo en que no existía aún la televisión ni nada que se le pareciera, no existía la profesión de periodista aunque sí curiosamente la de corresponsal de guerra, como lo fuera Jenofonte de Atenas en la expedición que 10.000 soldados griegos hicieron enrolados en el ejército de Ciro contra su hermano Atajerjes, gran rey de Persia, a quien disputaba el trono, hechos que Jenofonte recogió en su obra Anabasis, también conocida como «La retirada de los 10.000».

Me animé a visionar la película Cayo Largo a raíz de uno de los artículos publicados en esta revista en septiembre pasado, película mítica de hace 3/4 de siglo, rodada en blanco y negro, que yo no había visto antes, y, como dice el artículo, con un reparto impecable y de lujo, con John Huston como director y  con Humphey Bogart como protagonista principal, acompañado por una joven y rubísima Lauren Bacall, así como un magistral Eduard G. Robinson, éste en el papel de ganster.

La película no ha envejecido con el tiempo, más bien al contrario y en lo que aquí interesa es de rabiosa actualidad ahora que todos los medios del mundo mundial están «calentando» a la opinión pública para que no se oponga y acepte de buen grado, como algo inevitable una, no lejana, guerra abierta con Rusia una vez acabado el tanteo actual con Ucrania, tanteo donde se está calibrando la potencia, organización y debilidades del ejército ruso. En este tanteo de fuerzas, Ucrania hace el papel de esparring, valga el símil boxeístico, Ucrania recibe los golpes y así otros comprueban hasta dónde podría llegar el aspirante al título, Rusia, en una guerra convencional. Son los mismos que se quejan de que Rusia no saca sus aviones, ¿dónde está la aviación rusa? se preguntan repetidamente; pues dónde va a estar, a buen recaudo, a buen recaudo para tenerla íntegra para cuando la necesiten en un futuro muy próximo y a buen recaudo para que nadie pueda calibrar los avances tecnológicos alcanzados por la misma, que sin duda los tiene, el factor sorpresa en la guerra es un arma importante.

Pero volviendo al tema principal de la película Cayo Largo, Eduard G. Robinson, en el papel del ganster Rocco, en un memorable monólogo de 10 minutos, nos explica quién maneja los hilos y cómo hay que hacer para crear un líder político desde la nada.

Empieza Rocco hablando de la Ley Seca y de cómo fue expulsado del país siendo declarado «extranjero indeseable», momento en que Rocco pasa de la descripción a la indignación:

¿Extranjero indeseable yo?

¿Tras 30 años en el país?

¿Yo, extranjero indeseable?

¿Yo?, que los hice a todos ellos.

¡Sí, yo, yo los hice!

Yo los hice, igual que un sastre hace un traje a medida.

Y es a partir de aquí cuando Rocco nos ilustra sobre la manera en cómo se ha de actuar para crear un líder político.

«Coges un don nadie, lo vistes adecuadamente, le pagas la campaña, le enseñas lo que tiene que decir, haces que salga en el noticiario (hoy sería la televisión) una y otra vez hasta que el público lo conozca, haces que “los muchachos” lleven a la gente a votar y por último se recuentan lo votos una y otra vez hasta que salga lo que tiene que salir y, ya lo tienes, ya tienes al hombre.»

Luego, algo más calmado repite:

-Sí, yo los hice a los políticos y los volveré a hacer.

-Sí, volverán los buenos tiempos, volverá la prohibición.

Es curioso, pero estas palabras de Rocco pueden ser perfectamente aplicadas al grave momento por el que atraviesa el mundo, donde pudiera ser que alguien escogiera a alguien, lo  vistiera adecuadamente, lo llevara repetidamente a la televisión para que el público  lo conozca, le enseñara lo que tiene que decir y lo que no se puede decir, se llevara a la gente a votar hasta que por fin saliera lo que tenía que salir y entonces ya lo tenemos: ya tenemos al hombre.

El siguiente paso es ilustrarnos a la hora de los telediarios, a base de cadáveres que conmuevan y solivianten el sentimentalismo del público de manera que sea el propio público quien pida a gritos, como ya empieza a suceder, que hay que ir a la guerra contra Rusia olvidando que la guerra no es un picnic, que la guerra produce muertos, unos en combate y otros no.

Efectivamente Rocco tenía razón, alguien los hace, alguien los hace igual que un sastre hace un traje a medida.

Svetlana P. (Socióloga)

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