Relatos breves

El efecto disuasorio.

Oye, ¿existe todavía la Tasca aquella de la Calle San Antonio donde tomábamos aquellas jarras de vino peleón con patatas bravas de las de verdad o aquellos pulpitos a la plancha.?

El oficial de contrainteligencia JMPP, volvía de una misión en desiertos lejanos y quiso pasar unas horas en Sabadell donde había vivido su primera juventud y dónde había forjado amistades que aún perduran. La Tasca de la calle San Antonio era un sitio habitual de la juventud de la época, la calle era más que vieja, era de las del Sabadell antiguo cuando la ciudad era toda ella una gran fábrica textil, donde el traqueteo de los telares podía oírse durante las 24 horas del día. La calle estaba aún adoquinada y los adoquines tenían, cual raíles, la herida que deja, a lo largo tiempo, el paso de las ruedas de los carros.

Aquellos años de primera juventud fueron de una gran intensidad e idealismo y transcurrieron entre el final del anterior régimen y los primeros años de la transición. Son muchas las anécdotas y aventuras que ambos amigos pasaron juntos: los cubalibres de zumo de zanahoria, las subidas y bajadas a la Seo Vella de Lérida, las partidas de ajedrez con las obras completas de los Beattles como música de fondo, o la acampada en pleno invierno con ropa de verano en un recodo de la carretera de Tremp a Talarn, son sólo unos ejemplos de una juventud apasionadamente vivida donde el paso del tiempo no ha alterado la lealtad entre amigos.

El padre de JM era director de una institución educativa especial en Sabadell y ahí ambos amigos, junto con otros chicos y chicas, encontraron un trabajo temporal donde ganaban unas pesetas y al mismo tiempo conocían la vida de unos críos y crías que entonces eran prácticamente invisibles para la sociedad.

Corría en año 1976, acabado COU y tras presentarse ambos a la selectividad y aprobarla con buenas notas, casualmente volvieron a coincidir, esta vez en una gran empresa de las que antaño existían en la ciudad, un trabajo de verano para estudiantes, bien pagado y dónde además podían hacer “horas”, a diferencia del sueldo, las horas no las entregaban en casa, de manera que siendo sólo unos chicos de 17 años disponían de un pequeño capital.

Esta facilidad de la juventud de encontrar trabajos industriales y bien pagados en verano terminó a finales de ese mismo año 1976 cuando la llamada crisis del petróleo tocó de lleno la ciudad y comenzó el hundimiento del textil, empezando con el cierre de empresas y continuando en fines de semana y vacaciones con el incendio de las mismas pasando el marrón a las aseguradoras. Crisis tremenda que duró hasta que en 1986 la masonería internacional de obediencia regular anglosajona apoyó la designación de Barcelona para organizar las Olimpiadas de 1992, para ello se solicitó el pase a la obediencia regular de la totalidad de la masonería catalana, que hasta entonces estaba en la llamaba obediencia irregular del Gran Oriente francés; en el acto de la solemne tenida provincial en Gran Vía, los cien miembros de la Logia Europa ingresan como una Logia más y al poco tiempo se adueñan de la poco numerosa Gran Logia de España; allí estaban todos, no faltaba nadie de la cúpula del PSC de entonces junto con históricos miembros de la ERC, ello sin duda podría explicar algunos detalles de la deriva seguida por la política catalana desde entonces.

La Tasca seguía en el mismo sitio y aunque era diferente, ambos amigos pudieron rememorar sus juveniles tiempos de tapeo.

-¿Te viene a buscar un transporte? que diferencia de cuando estabas en la academia y venías a Sabadell con aquel “dos caballos”, 

Por cierto ¿conservas aún la Lúger?.

La Lúger era una pistola alemana de la Iª Guerra Mundial, restaurada y en perfecto estado de uso. Con ella a ambos amigos les pasó una de las muchas anécdotas vividas a las que hacía referencia.

Vivimos en un país donde los delincuentes, como en todos los países, o van armados o van en cuadrilla; la policía ha de ir armada, más que nada como disuasión hacia los delincuentes; el único que va desarmado y a merced de lo que pueda pasarle es el hombre corriente, ese al que el código civil llamaba «el buen padre de familia».

La Constitución de repente había convertido a ambos muchachos en mayores de edad  y JM, entonces un simple cadete, con su citróen dos caballos y su Lúger, pasó a ver a su amigo por Sabadell.

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En aquella época el Paseo tenía cuatro carriles, dos de subida y dos de bajada, la zona peatonal quedaba en medio y a mayor altura, mucho más presentable y práctico que lo que ha quedado después, tras la destrucción del centro histórico llevada a cabo por la progresía local.

Subían en el dos caballos por el carril de la derecha en paralelo a un autobús que les adelantaba por la izquierda, el cual al llegar a la altura del surtidor se abrió algo más de la cuenta y JM hubo de hacer lo mismo para no colisionar, aún así, el dos caballos , de cuarta o quinta mano, dio una leve rascada a un Golf GTI recién estrenado que se incorporada al mismo carril a la altura de la Papelería Figuerola.

El Autobús continuó sin enterarse de nada, en cambio el conductor del Golf GTI bajó echando demonios por la boca.

El primero en bajar del citróen  fue el amigo de JM, pidiendo disculpas al individuo del Golf GTI que parecía que quisiera comérselos crudos a los dos.

De pronto el amigo de JM vio que al tipo, al del GTI, le cambiaba el semblante, se ponía blanco y empezaba a hablar en tono muy amable y sonriente, sonrisa forzada, naturalmente.

-Bueno, bueno, no nos pongamos nerviosos, eh, vamos a comportarnos como las personas civilizadas que somos, esto le puede pasar a cualquiera, si me pudierais hacer un parte, es que el coche es de un amigo que me lo ha dejado un momento.

-En ese instante se incorpora JM y su amigo se da cuenta de la causa del  cambio de semblante y actitud del conductor contrario.

– ¡¡¡La Lúger, ha visto la Lúger!!!

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He aquí el elemento de templanza

Al bajar del citróen, a JM el jersey se le había subido y le había dejado al descubierto la empuñadura de la Lúger, que la llevaba simplemente cogida al pantalón por el cinturón. JM no se dio cuenta hasta que, acabado de redactar el parte, su amigo se lo comentó.

La visión de aquella empuñadura tuvo un efecto balsámico en aquel tipo. Ojalá no tuviera que ser así, pero lo cierto es que lo fue. No andaban muy equivocados los clásicos cuando sentaron el principio «si vis pacem para bellum»

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