José Mª Torras Coll (Profesor Asociado de la UPF) Opinión

Hipocresía diletante.

Rápida y contundente y casi unívoca condena de los partidos políticos, con insulares excepciones, al bochornoso espectáculo protagonizado por unos universitarios alojados en un Colegio Mayor de Madrid profiriendo cánticos machistas denigrantes, interpelando a sus vecinas, las universitarias de otro Colegio, las que, por cierto, respondieron como verduleras complacientes. Berridos indecentes, propios de una conducta sexual misógina.

Una performance aberrante, intolerable, humillante y repugnante.

Una muestra viralizada con el efecto expansivo de la realidad aumentada a través de las redes sociales. Lo que se llama “viral” y que en muchos casos, es lo banal, lo irrelevante, la expresión de la superficialidad.

Otra muestra del creciente relativismo moral encubierto bajo el mantra de la posmodernidad que conduce a gregarias y adocenadas nuevas generaciones a la sistemática pérdida de valores.

Como se ha escrito, cánticos indecentes en el ardor juvenil desembridado, impropios de las enseñanzas de la Orden de San Agustín que regenta ese Colegio Mayor que debería cultivar virtudes y que evidencian el estrepitoso fracaso de la dirección del centro.

Sin embargo, en la vida cotidiana, silencio sepulcral, en relación a las detestables letras de determinadas canciones de moda que destilan machismo a raudales, videoclips de promoción en los que se ven imágenes penosas en cuanto al trato dispensado a las mujeres. En las que se perpetúan musicalmente estereotipos sexistas y machistas.

Se romantizan escenas de crudas realidades, como el acoso machista o incluso se ofrecen imágenes de explícita violencia de género o secuencias en las que se cosifica a la mujer que calan en millones de consumidores, siendo un producto atractivo principalmente para un segmento de la población, la juventud.

Ese machismo al que asistimos a diario resulta estar normalizado. Y nadie se rasga las vestiduras. Es un negocio que mueve centenares de miles de millones. Una industria blindada, intocable.

La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Y, a lo que asistimos, es a una hipocresía diletante mientras sigue sonando el incesante soniquete, agitando el reguetoniano cansino “perrea, perrea”. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

José María Torras Coll

Sabadell

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