El extraordinario tenista balear, Rafael Nadal, encarna unos valores que están en desuso, en franca decadencia.


Valores que trascienden más allá de lo meramente deportivo para adquirir la categoría de ejemplo. A saber, fortaleza mental, disciplina, tenacidad, perseverancia, resistencia frente a la adversidad, férrea voluntad de sacrificio, humildad, caballerosidad, decidida apuesta por la excelencia, con un perenne espíritu de superación.
Contrastan tales valores con las ideas que se barruntan en los nuevos planes de estudios de niños y jóvenes que, salvo honrosas excepciones, crecen sobreprotegidos, en una vida fácil, acomodaticia, con nula tolerancia a la frustración, con abandono de tareas, compromisos y responsabilidades a la menor turbación o contratiempo, refugiándose en peregrinas y ridículas excusas, persiguiendo el éxito facilón e inmediato, expuestos al mediocre e insulso postureo en las redes sociales, a la frenética extimidad, con desprecio a la cultura del esfuerzo.
La vida es un permanente desafío. Es una apasionante carrera de obstáculos.
Deberían inculcarse esos valores que han de cultivarse con convicción desde la infancia a través de la familia, la escuela y el entorno social.
Nadal ya es una leyenda que todavía compite al máximo nivel internacional y, de lo que no cabe duda es que, además de sus logros tenísticos, nos dejará un enriquecedor legado que deberíamos emular, su ejemplarizante lección de vida.
José María Torras Coll
Sabadell