Un ataque aéreo miserable y despiadado contra un objetivo civil desprotegido. Un lugar de alumbramiento. Una imagen que conmociona y sacude las conciencias.


Una mirada perdida de una madre aturdida, ensangrentada, en avanzado estado de gestación, tumbada en una camilla, evacuada del hospital materno filial bombardeado, agarrándose con desespero a la existencia.
Desgraciadamente, tanto ella como el bebé, finalmente fallecieron. Se segaron dos vidas. Se aniquilaron dos almas indefensas.
El llanto, el sufrimiento, no cesan. Jornada, tras jornada, Ucrania se tiñe de tragedia.
Un grupo de ciudadanos que aguardaban turno para comprar el pan fueron alcanzados por el fuego enemigo y murieron. Otra imagen pavorosa, la de los cuerpos inertes esparcidos por el suelo.
Un teatro de la asediada población de Mariupol, en el que se refugiaban centenares de vecinos, también fue bombardeado, desconociéndose el número de víctimas. Putin no cesa en sembrar cadáveres de civiles inocentes indefensos.
Las autoridades rusas tienen la indecencia de negar sistemáticamente hechos tozudos, tildando de falsedad la noticia. Huelgan los nefastos argumentos.
No se trata de un montaje ni una puesta en escena, como se afirma con impudicia y cinismo en la otra guerra, la de la desinformación, la de la opacidad, la de la oscuridad y manipulación de las noticias. La de la persecución de quien aboga por la libertad informativa. Por la transmisión de la verdad. Fueron lisa y llanamente una ristra de atrocidades.
Asistimos apesadumbrados e indignados a repugnantes «crímenes de guerra». A un cruel y aterrador espanto.
José María Torras Coll
Sabadell