En plena precampaña preelectoral, se anuncia una rebaja fiscal para rentas inferiores a 21.000 euros, en medio de un encendido debate fiscal, con el estrepitoso fracaso de las políticas para combatir la economía sumergida que equivale, nada menos, que al 20% del PIB y de las prácticas de elusión fiscal, a través de la denominada ingeniería fiscal.


En una ocasión, recuerdo que un Inspector de Hacienda, en un juicio, al testificar, recordaba que cuando salían a la calle, su superior les decía,” que el contribuyente, que trata de eludir sus obligaciones fiscales, note en el cogote el aliento del Inspector Tributario”.
Se habla con profusión de populismo fiscal, de chamanes fiscales. De subasta impositiva. De invasión de competencias en materia tributaria, en boca de los políticos en discordia, a la captura del codiciado voto.
Reza la Constitución que todos debemos contribuir al sostenimiento de los gastos públicos con arreglo a nuestra capacidad económica mediante un sistema tributario inspirado en los principios de igualdad y progresividad.
Sin embargo, la realidad es muy distinta.
Resulta que los trabajadores por cuenta ajena, asalariados, soportan una carga impositiva por IRPF mucho más gravosa que ese millón de ricos que se afirma residen en España que tributan mayormente por rentas de capital, a través de sociedades y, algunos, mediante las SICAV, éstas con el sonrojante privilegio del ridículo tipo impositivo del anecdótico y simbólico 1%.
En el decurso de la itinerancia vital, un castigado contribuyente, sufrirá en sus propias carnes, el parasitismo de la persistente presión fiscal.
Si obtiene ingresos derivados del trabajo, se le aplicará el IRPF.Y cuanto más ingrese, mayor gravamen, rayando en algunos casos, la confiscación.
Si consume ,si simplemente come para subsistir, o si adquiere un electrodoméstico o un vehículo o un producto, deberá soportar el IVA.
Si, con enorme esfuerzo y sacrificio ahorra, y, consigue comprar una vivienda con la imprescindible ayuda de una hipoteca, estará expuesto al impuesto del Patrimonio.
Si regala un inmueble a su hijo, deberá pechar con el impuesto de Donaciones.
Gravar el patrimonio que muchos han adquirido con el sudor de su frente, a base de ahorro, sacrificio e ímprobo trabajo, es agravar aún más la situación fiscal de la clase media, herida de muerte, preterida por sistema en ese abanico de improvisadas fórmulas de alivio fiscal y qué decir del impuesto de sucesiones. ¿Hasta cuándo perdurará tan insolente impuesto.? Sobre todo cuando es la herencia de padres a hijos y su aplicación discriminatoria en ese mercadeo autonómico.
Y, al final del ciclo existencial, al morir, sus sucesores deberán satisfacer el impuesto de Sucesiones. Incluso algún que otro heredero para poder afrontar el pago de ese impuesto deberá acudir a un crédito.
Y a esa implacable ristra impositiva deben añadirse a lo largo del recorrido vital, las tasas, los peajes, las contribuciones, el IBI, los tributos municipales.
Es lo que hay, una vida permanentemente fiscalizada con escasa reportación o nulas contraprestaciones en servicios gratuitos o con servicios manifiestamente deficitarios, escuelas , residencia geriátricas, centros hospitalarios, etc.
José María Torras Coll
Sabadell